La historia de este relativamente pequeño monte es muy curiosa. Básicamente,
la ciudad de Roma recibía grandes cantidades de ánforas cerámicas que, cabe
recordar, eran la base del transporte de los productos en aquella
época. Dichas ánforas tenían una vida útil limitada, los romanos,
haciendo gala de su espítitu organizador, decidieron que las ánforas no
podían ser desechadas y abandonadas sin orden ni concierto, y por ello
designaron un espacio para su depósito, en aquel momento un terreno plano.
Dicho proceso comenzó en el s. I dC. Tres siglos más tarde y
depositados 25 millones de ánforas, lo que había sido una llanura pasó a
ser un monte en toda regla, con una altura de cerca de 50 m., un
perímetro de 1490 m., y con una superficie total de aproximadamente
22.000 m2..

Las ánforas del Testaccio, fuente histórica de primera magnitud
Sobre
las ánforas romanas se escribían una serie de datos, en un cierto
sentido equivalentes a las etiquetas de los recipientes modernos.

La Bética, potencia exportadora de aceite de oliva

La prospecciones
arqueológicas realizadas en el valle del Guadalquivir han demostrado que
la zona de producción de aceite y ánforas se concentraba entre Córdoba,
Sevilla y Écija. Este área fue ampliamente habitada desde la antigüedad, debido
a la riqueza de sus yacimientos minerales, que fue la causa principal
de la prosperidad y el desarrollo económico de la región. La agricultura
se convirtió rápidamente en uno de los pilares de la actividad
económica, gracias a la fertilidad del suelo y a la disponibilidad de
agua dulce.
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